Me senté en el suelo frío, contra la pared pelada por la humedad y puse el libro en mi regazo. Comprobé que estaba sola y lo abrí por donde me había quedado la noche anterior. Pude enfrascarme en la historia durante una hora, quizás dos. Pude dejar de pensar en todo lo malo que me ocurría, en todo lo que me asaltaba la mente haciendo que se me frustara el ambiente. Pero de repente, me di cuenta que alguien subía las escaleras. La madera de los escalones estaba crujiendo. Puse el punto de libro y me levanté al tiempo que deslizaba el libro por debajo del armario. Aparté la sabana y me metí en la cama justo a tiempo. Cerré los ojos a tiempo para que la puerta que se acaba de abrir no iluminase mis verdes iris. Y luego la puerta se cerró y abrí los ojos. Estaba sola de nuevo, solamente acompañada por la luz de la luna que había iluminado mi lectura. Suspiré de alivio y me dispuse a dormir.