Tengo una náusea en el estómago. Un miedo, un frío, un algo. Como un dolor sin terminar de dolerme, como lágrimas que no consigo echar. Un estrujón en las costillas y el paladar tembloroso con un regusto raro. Mírame y dime qué ves porque yo ya no consigo ver nada. Soy un borrón en el espejo, una distorsión en tus pestañas, en mis temblores. Como una línea sin punto final que se reproduce en palabras que no terminan de decir nada. No termino de decir nada. Yo y mi nausea, y mis lloros que no dejan rastros en la cara, ni mocos ni pataletas. Solo silencios enclaustrados y un poco a poco que va a más y me hace daño en las palmas de las manos y en las mejillas. Soy todas las comas de tus textos, los parones a trompicones. Los tropiezos. Cada uno de ellos, hasta el más breve, hasta el más doloroso. Tus torceduras de tobillo y mis hombros dislocados. Los fallos. Ya solo veo los fallos. Quizás es que nunca me fijé bien en lo que ya estaba impreso. Quizás cerré fuerte los ojos y obvié lo evidente por miedo. Soy una cobarde. Una v-a-l-i-e-n-t-e. Y ya estoy temblando, y llorando sin mocos ni pataletas, pero con todas mias ganas, con toda esa rabia contenida de mis esbozos en el espejo, en una mueca desconyuntada en mis labios que ni yo misma reconozco. ¿Dónde estoy? ¿Me notas? Porque yo me palpo y ya no siento nada. No soy. No palpito. Solo duelo. A veces ya ni siquiera siento eso.