Una vez, me encontré por casualidad a esa chica extraña, de la media melena oscura, la que anda siempre con las manos en los bolsillos, y pareciera como si quisiera hundirse del todo en ellos y desaparecer.Apesar de todo, la miro, porque siempre me ha parecido que tiene una sonrisa bonita. Aunque nunca se la he visto en realidad.
Pero me baso, enque al ser tan bellos sus ojos tristes, el día que alguien consiga iluminarlos tendrán tanta luz que el sol no podrá mas que envidiarlos.
Pero estos, solo son los pensamientos que tengo al verla, y ella pasa a mi lado sin mirarme, sin notar que haya nadie más cerca, aparte de todo el vacío del océano profundo que es su mirada oscura.
-Disculpa. -Me dice al cruzarse conmigo por la calle 223, cerca del río, y yo me paro en seco. Es la primera vez que levanta la vista y me mira. -No estaba mirando por donde caminaba.
Bajo la vista de sus océanos y observo una gran mancha de café oscuro en mi americana negra.
-Está frío.
-¿Perdón? -Su voz es dulce, como de helado de menta. No resulta una sorpresa. Es exactamente como me la imaginaba.
-El café. No lo habrás prestado atención, y se te ha enfríado. -"Como tu corazón" pienso.
-Ah. -Mira el vasito de plástico unos segundos. Y detecto que sus manos tiemblan y se aferran a él con nostalgia.
-No me molesta la mancha. -Digo con voz alegre. -Se parece al color de tus ojos.
La chica interrumpe su mar de nostalgias, para observar los curiosos senderos color gris que la están acariciando en silencio, con todo el descaro del mundo, en esa bulliciosa calle.
Su rostro triste de tez pálida y aterciopelada, ha adquirido ahora un dulce tono salmón.
-Antes eran verdes. -Pronuncia casi con el silencio de una nube. -Y a mi gata buttercup solían gustarle. -Hace una pausa. Seguramente para reconsiderar por qué sigue hablando con un desconocido. -Ahora apenas me mira.
-Es una pena que los gatos no entiendan de café. -Sus manos siguen temblorosas. Observo como levanta su esbelto cuello para acomodarse a mi altura al mirarme. Parece una muñeca. -Si embargo, a mi abrigo le gusta. Estaba tan impoluto, que tanta perfección estaba sacándome de quicio. He de darte las gracias.
Pero qué tonterías estoy diciendo. Es difícil pensar cuando sientes que estás clavado al suelo, como una estatua. A la voluntad de una jovencita de un metro setenta y algo, a la que posiblemente saques diez años, y sin que ella mueva una pestaña en señal de nerviosismo.
Sonríe.
Dios mío bendito.
Ahora es a mí al que le tiemblan las manos.
Y no solo las manos tiemblan. La tierra entera, con todos sus ecosistemas está bailando al compás de esos labios color cereza.
-Soy Cassie. -Dice la chica extraña. -Y también odio la perfección.
-Soy Da... -Carraspeo un par de veces. -Damen. Damen Buttercup, y al parecer tengo nombre de gato.
Ahora no solo sonríe, se a echado a reír.
Y el universo se ha abierto para mí.
Ahora ya no noto ni la existencia de mis piernas.
Qué preciosa eres, chica extraña...