Volver a casa y sentir ese olor tan característico que sólo es capaz de ser olido tras un gran viaje. Sentir que la cabeza te da demasiadas vueltas pero sonríes al ser consciente de que has almacenado buenos recuerdos, imágenes de gente genial a tu alrededor, libros de segunda mano, postales escritas por desconocidos, calles con olor a pan recién hecho, días de sol y lluvia, caminos sin final, playas en primavera, pasos sin prisas...Sentir -sentir de verdad, palparlo- que todo parece suceder cuando menos lo esperas, porque cuando menos lo esperas alguien que sujeta una mochila camina frente a ti y te das cuenta de que quieres seguir observando a dónde va. Pierdes la imagen. Hay demasiada gente. Sigues tu recorrido y observas que vuelve, cambia de dirección. Pierdes la imagen. Pierdes la imagen pero no el recuerdo. Las sorpresas nunca fueron tan especiales...Acabo de llegar a casa y me encantaría volver a retroceder el tiempo. Echaba de menos sentirme feliz, sentirme feliz sin ningún por qué. Sentirme feliz como la gente que se siente en paz al saber que nunca disponemos del mañana, como la gente que sabe que la vida es hoy.