Me caen gotas de lluvia de los ojos. Dicen que saben a sal pero a mi me saben ácidas. El otro día descubrí que alguien podía romper mi mundo en un segundo. Pero no mi mundo con el de la gente que me rodea, mis sentimientos o mis historias. Sino el mundo donde me desvanezco. Donde puedo esconderme hasta que me piquen los ojos. O hasta que me caiga de sueño. Allí dónde solía comer maíz con miel mientras miraba las hojas de otoño caer. Me gustaba descalzarme y helarme de frío. Era para después volver a casa y meter los pies en agua caliente con sal mientras oía jazz que sonaba desde la cocina. O un vinilo a las cuatro de la mañana tomándome un café. O sólo mascar chicle mientras con mis manos derrumbaba mi barquita de plastilina, dónde que quedaba sola la isla y sus personitas, gritándome que les salvara y yo que los destrozaba con los calcetines...
Después mi mamá me reñía por ensuciame y tenía que castigarme sin caramelos.
Después mi mamá me reñía por ensuciame y tenía que castigarme sin caramelos.
Alguien rompió mi mundo. El único mundo. Mío. Sólo mío y ya de nadie.