Siempre tuve miedo a perderme, desde bien pequeña me agarraba a las costuras del abrigo de mi madre para no separarme ni un ápice de la zona segura.
Todos sabemos donde está nuestra zona segura.
La línea divisoria que no hay que traspasar. La que conduce a la boca del lobo.
Recuerdo cuando crucé esa línea.
Fue un catorce de Mayo.
Recuerdo cuando me perdí para jamás regresar por aquel camino de rosas.
Recuerdo la sensación agridulce en los labios, parecida al cosquilleo que te produce el vértigo, apostar, arriesgar.
¿Sabías que adoro las atracciones de riesgo?
Pues claro, tú eres una de ellas.
Seguro que sí.
Seguro que lo aprendiste cuando sujeté tu mano tan fuerte que apenas dejaba respirar mis mariposas. O cuando dibujaba te quieros mudos en el viento. Cuánto silencio.
Cuántas veces debi habertelo gritado y me callé.
Cuánta cobardía.
¿Te acuerdas cuando me llevabas de la mano hacia aquel lugar tan nuestro?
Sólo nuestro.
Nunca más he vuelto allí.
Nuncá más.
Me aprendí...
Ciento y una formas de perderse en unos ojos avellana.
Yo las estudié todas.
Aún me acuerdo de cómo sonaba tu risa en mi oído. Tu risa ronca.
Me acariciabas el pelo.
Me hacías cosquillas en el alma esparciendo mis miedos, haciendo juego con mi prisa, y con el viento.
Nadie se ha clavado tan dentro.
Nadie.
Y yo callo y sonrío.
Porque parece mentira estar viva y echar tanto de menos.
Parece mentira mentir y gritarle a la nada.
Mentir.
¿Qué busco?
¿Qué quiero?
¿Qué gano con tantos recuerdos?
Y yo callo y sonrío desde el día en que renací.
Catorce de Mayo.
Sonrisa puesta.
Y ganas de huir.
~ Aveces me pregunto,
¿qué diría él si me leyera?
¿Volvería a darme más catorces de Mayo?
¿Volvería a enseñarme a querer?